miércoles, 26 de enero de 2011

el nuevo opio popular, la vida vale mucho más que los objetos y propiedades

Ya es hora seguramente de que se ponga en cuestión toda la filosofía de la historia soteriológicamente inspirada y fundamentada en un problemático realismo de los universales y de que empecemos a pensar que, si no la salvación, al menos el adecuado criterio está en orientarnos hacia un sano “nominalismo”. Una razón, en fin, menos esencialista, más nominalista, más orientada al valor intrínseco de todo lo que dice el nombre. “La asociación conceptual de la mujer con la naturaleza -concepto nunca dado, claro está por la propia naturaleza, sino siempre social e ideológicamente construido desde las definiciones que la cultura se da a sí misma- no aparece creemos como algo que se pueda derivar sin más de su proximidad a la vida por ser dadora de la misma... Pensemos que la recurrencia en la adjudicación de los lugares en las contraposiciones categoriales responde a la generalizada situación de marginación y de opresión -cuando no de explotación- en que se encuentra la mujer, opresión desde la que se define -pues en ellos consiste la operación ideológica fundamental de la racionalización y legitimación- como aquello que requiere ser controlado, domesticado y superado”. La dicotomía cultura-naturaleza sustenta sobre sí, por encabalgamiento, otras muchas parejas dicotómicas, desde el par “razón”-”sentimiento” al par “público”-”privado”, por citar sólo dos que se dan cita en Rousseau. Abogar maniqueísticamente por una sociedad exclusiva de mujeres liquidando al macho -lo que lleva consigo la destrucción de las condiciones de reproducción de esa misma sociedad, ¡tanto peor para la autoperpetuación como producto de la megalomanía machista!- es constituir el discurso de la diferencia como discurso de la liquidación al mismo tiempo que liquidar el discurso de la diferencia”.

Si no se desea regresar a la neutra indiferenciación del “estado inorgánico”, paradójica conclusión de un hincapié excesivo en la diferencialidad, no queda otra salida que someter la diferencia femenina a la prueba de la universalidad, pues “el discurso ético feminista o se universaliza o se pudre, y no precisamente para fecundar la tierra”. La dedicación profesional forma parte de la identidad de los sujetos pero esta se define también en base a otras realidades. Evidentemente, se trata de alcanzar un estatuto profesional, de tener un puesto de trabajo, pero esto es algo que no se puede poseer como cualquier otro objeto. Para tal liberación la lengua representa un instrumento de producción indispensable. Debo hacerla evolucionar si quiero tener derechos subjetivos equivalentes, si quiero intercambiar lenguajes y objetos. El tema de los derechos civiles y sociales no es el tema específico que yo quería traer hoy aquí, no obstante está enlazado con él a través del problema de la referencia lingüística del género, y como son sexuados los bienes a través del objeto o bien del género del poseedor.

En este caso ser poseedor de los bienes de intercambio da un poder, y hoy día ya tenemos mujeres empresarias o capitalistas también, no obstante el mundo simbólico y de representación juega un papel importantísimo a la hora de introducirse en la sociedad, y a través de los medios de publicidad. Es cierto que las leyes están hechas de un modo, que guardan por vigilar la leal y libre competencia, los criterios de oportunidad y méritos, los derechos sociales y laborales, pero aún así el mundo legislativo a veces está a años luz del mundo real, que en muchos casos enlaza aquí con el mundo de la inmigración y de la explotación. Tal vez ya no sea posible que vuelvan a existir los modelos que tuvimos de referencia cuando niños, ese modelo protector de la familia y al mismo tiempo eficiente en su trabajo y en la sociedad.

El modelo de mujer va evolucionando y la rebeldía es lo que nos hace madurar. Se complementan y son indispensables. A lo mejor esa antigua seguridad hemos tenido que cambiarla por la seguridad personal, por el individualismo con que nos protegemos de los demás. Tal vez en eso sí hemos ganado, pero ya no es lo mismo, no. Donde el cuerpo femenino engendra en el respeto de la diferencia, evidentemente el culto a la relación madre-hijo muestra la tolerancia femenina. Y me imagino que todo el terreno que la mujer ha ganado en la sociedad se deberá a su propia lucha y a su trabajo fundamentalmente y a su tolerancia de que ella también quiera compartirlo con el hombre. Lo que quiero decir es que vamos avanzando gracias a tolerancias de ambos géneros, también el cuerpo social patriarcal se edifica jerárquicamente excluyendo la diferencia, sobre todo ello se ha demostrado así una vez llegamos a las cúpulas organizativas de todas las empresas o instituciones.

Las dificultades de las mujeres para lograr que se reconozcan sus derechos sociales y políticos se basan en esta relación entre biología y cultura, sobre la que nunca se ha pensado lo suficiente. Rechazar hoy día toda explicación de tipo biológico -porque la biología paradójicamente, haya servido para explotar a las mujeres- es negar la clave interpretativa de la explotación misma. Ello significa también mantenerse en la ingenuidad cultural que se remonta al establecimiento del reino de los dioses-hombres, pero seguiremos hablando sobre ello. La afirmación de que hombres y mujeres están ahora igualados o en vías de estarlo se ha convertido prácticamente en el nuevo opio popular, hombres y mujeres no son iguales y orientar el progreso en ese sentido me parece problemático e ilusorio. Así en el plano del trabajo un empresario se apresurará a decir que no quiere mano de obra femenina porque es inestable o en todo caso aceptará contratar mujeres a condición de pagarles menos sin reconocer que a menudo constituyen la mejor mano de obra por su seriedad especialmente a partir de una cierta edad. Y lo que pasa es que las mujeres en vez de hacerse mujeres se hacen hombres. Es lo que exige el mundo masculino a falta del reconocimiento de la identidad femenina. El género humano debiera pensar en sus dos polos de identidad e integrar en la cultura la riqueza de sus bienes relacionados con la vida. La vida vale mucho más que todos los objetos, propiedades o riquezas que podamos imaginar.
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