viernes, 28 de enero de 2011

la figura de apego de la madre

La figura del apego de la madre está en la educación, pero en todas las cosas, porque lo que mueve es la madre naturaleza. Tan es así, que me atrevería a decir que es genético y que es una fuerza instintiva y cerebral, cortical, que está como señalada en el especial instinto de madre. Por una razón evolutiva en el cerebro del hombre, la mujer tiene como madre una especial fuerza que ella desarrolla cuando imprime ese carácter maternal sobre el hijo.

Estamos hablando de fuerzas muy primigenias, de caracteres que están muy en lo hondo humano, contra los que no podemos luchar a veces. Y se producen entonces estas sinrazones que a veces se viven de celos entre la madre y el padre ¿pero cómo es posible? No me digáis que es lo mismo la inteligencia estructural, y la inteligencia emocional, a veces estas cosas están pasando entre los seres más civilizados, que viven de forma visceral estas fuerzas; y muchas veces la madre después hace de ello una forma de descargar sobre el otro compañero una especial tiranía o bien de una especial ternura o apego, si esta es entendida en su debida forma.

En la autorregulación emocional del niño la madre es la gran mediadora, influye directamente en la evolución de las estructuras cerebrales responsables del futuro emocional del niño, y es necesario el aprendizaje del autocontrol, y la disciplina para que el niño se sienta amado.

En el libro de Jose Antonio Marina, El aprendizaje de la sabiduría se dice:

“La tarea que ocupa los primeros años del niño es el paso de la autorregulación diádica, entre el niño y su cuidador, a una autorregulación del afecto. Durante la primera infancia, una de las principales tareas de la madre, dice Fogel y Kristal, es ayudar al niño a que soporte tensiones cada vez más intensas.”

“En los primeros meses, el niño depende de las intervenciones apaciguadoras de los cuidadores. El desarrollo de la corteza aumenta la tolerancia de los niños a la estimulación, Al final del primer año, gatear y andar capacitan al niño para regular más eficazmente los sentimientos acercándose o alejándose de los estímulos.”

La relación materno-filial se establece como un diálogo con la madre:

“En estas largas y silenciosas conversaciones entre la madre y su bebé hay tal sincronización en sus miradas que Bruner ha utilizado el término “realidad visual compartida” para designar la armonía sensorial y sentimental establecida. La madre está induciendo los cambios de humor del niño, enseñándole cómo sentir, cuándo sentir, y si hay que sentir algo sobre los objetos particulares del entorno.”

“Los experimentos de Campos y Stenberg han demostrado que el niño intenta ajustar sus sentimientos a los sentimientos que observa en su madre, como si ella fuera la definitiva intérprete de la realidad. Rilke lo ha expresado de forma poética en su “Tercera elegía”:

‘¿Dónde ay quedaron los años cuando tú, sencilla,
con tu figura esbelta atajabas el caos bullente?’”.

“El niño de 4 años vive en un mundo mágico, lleno de amigos fantásticos, en el que se adentra con un pensamiento figurativo, metafórico y poco lógico aún. En su mundo privado -lo que los filósofos llaman mundo intencional- no se distingue todavía claramente lo real de lo irreal. El progreso de la inteligencia va a consistir precisamente en establecer la separación. El niño va configurando la objetividad, tiene que hacer compatible sus opiniones y sentimientos con las opiniones y sentimientos de los demás. Uno de sus grandes alardes consiste en comprender que los demás ven cosas diferentes de las que ve él. Cada persona tiene una perspectiva distinta. Que el niño mantenga una cierta estabilidad mental y cordial en este mundo complicado demuestra una vez más su genialidad”.

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Pero hay que saber que el instinto maternal es una presencia de la figura de apego, del afecto, que lo puede experimentar tanto la madre, con este carácter de un modo genético, como también el padre que lo siente por efecto de las neuronas de contagio o de espejo, en la figura de protección que desarrolla, y puede en cierto modo no sólo complementar sino venir a constituir una presencia igualmente necesaria y llena de afecto y de cariño maternal por el progenitor.

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Por eso el instinto maternal ante todo es una necesidad universal humana, que se humaniza en la figura de la madre pero que fuerza a cualquier otra fuerza de la naturaleza a realizarse, y puede ser sentida universalmente por el apego humano. La madre es la Madre Naturaleza, en último término, y nos iguala a todos y se expresa con todas las criaturas de la tierra.

La figura del apego, que es tan importante por lo mismo. La presencia o ausencia de una figura de apego se determinará por una situación potencialmente alarmante, desde los primeros meses de vida, y desde esa misma edad empieza a tener importancia la confianza o la falta de confianza en que la figura de apego esté disponible, aunque no esté realmente presente. Es decir, lo esencial es que la presencia de la madre esté disponible en la confianza siempre de que pueda ser llenada por ella o por el padre o por otra figura, esto es lo imprescindible, esa confianza de la que se alimenta.

Schore dice una frase sorprendente que me parece extraordinariamente simbólica: “La madre es el córtex auxiliar del niño”.

Por eso se justifica tan importante la presencia de la madre. Jose Antonio Marina dice: “Desde los 18 meses -justifica- los niños perturban intencionadamente a sus madres, disfrutan saltándose las prohibiciones, engañándolas deliberadamente, tanteando hasta dónde pueden infringir las reglas. Lo sorprendente es que los niños parecen anticipar el sentimiento de sus madres y encuentran placer en poder afectarlas de esa manera.”

“Trabajando por su lado, los neurólogos nos dicen que ya desde los 15 meses se produce la integración de los dos circuitos límbicos -el excitatorio y el inhibitorio-, que son la sede neuronal básica de la afectividad. El excitatorio había madurado previamente. Ahora le toca el turno al inhibitorio. Desde los 10 a los 18 meses se están estableciendo las conexiones entre las estructuras límbicas y las corticales”.

“A esta edad, el niño va a enfrentarse con la mayor crisis de su desarrollo: el conflicto entre la nueva autonomía que consigue y la antigua relación simbiótica que abandona. Su mundo afectivo va a sufrir rudos cambios. Hasta los 30 meses hay una época en que no puede evitar los ataques de furia. Aparecen también el juego simbólico, las pesadillas, el interés por los genitales, los cambios bruscos de humor y otros sentimientos en los que intervienen las normas, el juicio sobre el comportamiento propio y ajeno.” “Descubre el sentido de la responsabilidad y entran en su vida las miradas ajenas, poderosas, acogedoras o terribles como dioses omnipotentes y lejanos: la vergüenza y la culpa.”

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