viernes, 28 de enero de 2011

el hambre de padre, la relación entre padre e hija

En general, los hijos y las hijas necesitan el modelo paterno para formar su yo, para consolidar su identidad sexual, para desarrollar sus ideales y sus aspiraciones y, en el caso del hijo varón, para modular la intensidad de sus instintos y de sus impulsos agresivos. De hecho, muchos de los males psicosociales que en estos tiempos afligen a tantos jóvenes -la desmoralización, la desidia o la desesperanza hacia el futuro-, tienen frecuentemente un denominador común: la escasez de padre. En definitiva, el hambre de padre es el deseo profundo, persistente e insaciable de conexión emocional con el progenitor que experimentan tantos jóvenes en nuestra cultura. Esta necesidad no satisfecha provoca en hombres y mujeres adultos un sentimiento crónico de vacío y de pérdida, una gran dificultad para adaptarse al medio social y para relacionarse de forma grata con figuras paternales o de autoridad.

Estado que no se disipa y que, a su vez, ellos arrastran en silencio a sus relaciones de pareja o de familia, y transmiten sin saberlo de una a otra generación. El hambre de padre se acepta hoy como un producto natural de la cultura occidental. En cierto sentido, la sociedad se organiza de acuerdo con supuestos y normas sociales que permiten a los menores crecer sin conocer realmente a su padre. Sin embargo, la cultura de Occidente está vislumbrando el amanecer de una nueva era. Una era mejor en la que la relación entr el padre y los hijos promete ser más estrecha, entrañable, armoniosa y saludable. Por ejemplo, a pesar de que los medios de comunicación siguen resaltando a los padres yupies -jóvenes progenitores de la urbe, despegados emocionalmente, ausentes del hogar, y perseguidores infatigables del éxito en el mundo de los negocios-, la verdad es que para cada vez más hombres la vida de casa es tan importante o incluso más que su trabajo o su carrera. En cierto sentido, los mitos y las expectativas de nuestra cultura han colocado al padre ante una trampa insalvable: para que el hombre: ante todo, que satisfacer su función de proveedor, lo que le obliga a pasar la mayor parte del tiempo fuera de la casa. Pero al mismo tiempo su ausencia del hogar tiende a producir en los niños problemas de carencia afectiva, confusión de identidad e inseguridad. Sin embargo, cada día hay más padres que sinceramente optan por un papel más activo y más tangible en la familia y sienten que si fueran libres de escoger entre su ocupación profesional o dedicarse al hogar, eligirían lo último. Como ya señalé al describir la ecología psicosocial de nuestros días, en gran parte la razón es que la trama hegemónica masculina se ha visto entretejida por la metamorfosis liberadora de la mujer, que está instigando al varón a cambiar su identidad de hombre y de padre. Y mientras las madres se liberan de las ataduras culturales esclavizantes del pasado, los padres se deshacen poco a poco de una imagen dura, distante y anticuada, y se convierten en seres más hogareños, expresivos, afectuosos, vulnerables y en definitiva más humanos.

“En general, el padre constituye para la hija el primer hombre de su vida, la fuerza fundamental en la configuración de su identidad femenina. Su presencia, su cariño y su reconocimiento de los encantos y atractivos de la pequeña son decisivos para que la niña desarrolle su confianza en sí misma como mujer. El padre fomenta indirectamente en la hija la feminidad, al tratarla como mujer o animarla a exhibir cualidades consideradas culturalmente femeninas. A su vez, la hija para complacer a la figura paterna, se apresta a adquirir y perfeccionar esas actitudes y comportamientos que definen socialmente a la mujer.


Un problema central y frecuente de la relación entre la hija y el padre es la discrepancia que a menudo existe entre lo que las hijas requieren emocionalmente y lo que los padres ofrecen. En unos casos, mientras que la hija experimenta una profunda necesidad de conexión afectiva y de intimidad, el padre, por el contrario, valora la independencia y la distancia emocional y física. En otros casos la situación es exactamente la opuesta, la hija persigue la libertad y la autonomía, mientras que el padre exige la subordinación y la dependencia. Estas actitudes opuestas de hijas y padres pueden conductir a expectativas, y a un estado continuo de incomprensión entre ellos. El “hambre de padre” rompe en las hijas el equilibrio entre el yo y el otro. La obsesión por lograr la presencia y aprobación incondicional del padre, que nunca llegan a alcanzar, las empuja a buscar compensaciones como la perfección física, la necesidad compulsiva de sentirse deseadas por hombres en posición de autoridad, o el desarrollo de actitudes extremas de competitividad y rivalidad con otras mujeres. Aunque la intención de estas jóvenes es conectar con el padre ausente, a veces el resultado es un estado doloroso y conflictivo de alienación de sí mismas y un sentimiento de desconexión e inseguridad frente a la vida.” El hambre de padre es una cosa que habla este autor, casi siempre por la ausencia, y se da mucho mas también en la relación padre e hijo. Porque esta relación suele despertar más sentimientos opuestos. Verás te describo lo que dice: “Para el niño y la niña resultan vitales las primeras señales de aprobación, de reconocimiento y de afecto que les comunica el padre -unas veces de forma activa y otras meramente con su presencia-, porque constituyen la fuente más importante de seguridad, de autoestima y de identificación sexual. En el caso del hijo, entre estas tempranas escenas idílicas repletas de apego, devoción y orgullo, se entrometen inevitablemente sombras inconscientes e inexplicables, de celos, de competitividad, de resentimiento y de miedo.

La relación entre padre y el hijo lleva implícita una gran carga de sentimientos opuestos, de cariño y de rivalidad, de confianza y de temor, de intimidad y de recelo, de amor y de odio. Estas emociones contradictorias son la causa del alejamiento, del vacío y de la nostalgia que suele existir entre progenitores y descendientes varones, y en particular del hambre de padre que sufren los hombres de hoy. La relación del padre con la hija, sin embargo, suele tener menos carga de antagonismo, rivalidad y ambivalencia, por lo que tiende a ser más fñacil, cordial y afectuosa. Por lo general, los padres ven a las hijas como más delicadas, sensibles, atractivas y buenas con los hijos. Con todo, la relación es esencial, porque una parte importante del carácter femenino de la niña surge de su atracción por el padre”.

Luis Rojas Marcos

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