jueves, 27 de enero de 2011

la concepción de la edad

Es evidente que el hecho de vivir en un paisaje urbano nos obliga a olvidar la medida del tiempo que representa el mundo vegetal. En la ciudad los horarios diarios varían poco de las estaciones. La repetición que no evoluciona cansa, agota, deteriora. El olvido de que el tiempo en la vida de una mujer es particularmente irreversible, y que se adapta menos que el del hombre a la economía repetitiva, acumulativa, entrópica, en gran parte no evolutiva, que anula nuestro entorno actual.

Así es puesto que su ritmo temporal se adapta en mayor o menor medida a un modelo tradicional de sexualidad masculina. Un modelo que no es el único posible, pero que se ha convertido prácticamente en único para nuestras culturas, y que Freud describió como el sólo modelo existente para ambos sexos. Su funcionamiento responde a los dos principios de la termodinámica: tensión (por acumulación), descarga, vuelta a la homeostasia. La sexualidad femenina no responde a la misma economía. Es más parecida al devenir, más ligada al tiempo del universo. La concepción de la edad es la relación de la edad que yo tengo con el tiempo del universo. Los humanos poseen, además de una vida vegetativa, una conciencia. Si miráis un árbol, veréis que en un año su forma ha cambiado, y no forzosamente para deteriorarse, sino también para crecer en tamaño, en número de ramas. En los humanos su tamaño, su crecimiento pueden ser igualmente espirituales. Tener un año más significa pues dar un paso más en el camino de nuestro devenir.

Sufrir el paso del tiempo como un envejecimiento lleva a olvidar la ventaja de nacer mujer, ventaja que nos exige sin duda una elaboración espiritual compleja, múltiple. En efecto, la espiritualidad de una jovencita no es la de una adolescente, ni la de una amante, ni la de una madre, ni la de una mujer de cuarenta y cinco años o más. Quizás fue la complejidad de este devenir espiritual lo que entrañó una reducción abusiva de la identidad femenina a la función reproductora del individuo, de la especie y de la sociedad. Estas formas de reducción, simplificación y anulación subjetivas acompañan un devenir cultural centrado en los intercambios entre hombres, sobre todo económicos en sentido estricto. Fomentados, al menos en nuestra época, por las religiones monoteístas. ¿Cómo salir de esta parálisis o anulación subjetiva? ¿Cómo guardar y cultivar una identidad subjetiva?

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