viernes, 28 de enero de 2011

la madurez emocional

A veces la vida parece que se estanca. En estas épocas de espera resulta útil recordar que las etapas de la vida tienen un ciclo natural de crecimiento, plenitud y decadencia, tras el cual se inicia un nuevo ciclo. En esos momentos mi debilidad y mi impaciencia no logran nada. El tiempo de la psique no es el tiempo de la vida diaria. Hay que darse tiempo para madurar y encajar situaciones, tiempo de cara al desarrollo de las relaciones personales, tiempo para reconocer dónde nos hemos estancado y por qué. Hay que situarse en un ámbito más intemporal para poder examinar y superar las crisis propias de cada etapa con calma. Así las crisis personales también afectan al entorno familiar y social. Como si estuviesémos atrapados entre dos espejos, la figura humana se desdobla al infinito: tras cada persona aparecen otras, que pueblan nuestras vidas y se cruzan en nuestro camino. Este es el sustrato de la vida humana de la que todos estamos construidos. Las distintas etapas naturales de la vida obedecen a señales biológicas, culturales y genéticas diversas. Cada etapa entraña determinados retos a los que debo enfrentarse para poder seguir adelante.

“¿Qué necesito? ¿De dónde vengo? ¿Cómo me pueden ayudar estas experiencias para conocerme mejor y evolucionar?”. A menudo desperdiciamos oportunidades de cambio porque queremos forzar los acontecimientos en unas circunstancias y un tiempo que no es el suyo. Nos aferramos a nuestros deseos y el miedo, de nuevo, nos condiciona demasiado. Al contrario de lo que solemos creer el proceso de evolución y desarrollo humano, psíquico y físico, no se detiene al final de la adolescencia; prosigue durante toda la vida. A lo largo de la vida no cambian las emociones, sólo cambia nuestra capacidad de gestión y nuestros recursos frente a estas emociones. Tendemos a considerar la edad adulta como un camino lineal y estable, pero tiene sus propios ciclos o etapas, con sus puntos de inflexión y crisis características que es necesario reconocer y solucionar de la mejor manera posible. No se puede superar una etapa y adentrarse en la siguiente sin solucionar la etapa y crisis anteriores. El umbral de nuestra vida presente es el conjunto de nuestras experiencias pasadas.

¿Cómo maduramos? Algunas personas llegan a la edad de la madurez escarmentadas por el dolor. Deciden entonces que las emociones son dañinas, que existen sentimientos que hay que apartar de uno mismo para no sufrir. A veces a este proceso lo llaman “madurar”: se refugian en ser razonables, niegan la fuerza del amor y se resisten a considerar que el dolor pueda ser una fuente de transformación y de empatía. Prefieren vivir con las emociones adormiladas o reprimidas con tal de no enfrentarse a sus efectos transformadores e intensos. La emoción no es debilidad. Sin emoción no hay vida plena. No se pueden ignorar las emociones porque nunca desaparecen: estamos obligados a hacer algo con ellas. Si las apartamos, reaparecen en sueños o bien a través de otras manifestaciones inconscientes, como las crisis de angustia, tan corrientes en las crisis de la edad adulta. La psique se resiste a morir, a despojarse de las ganas de vivir y de sentir. El instinto de lucha por seguir vivo. Aquellas personas que creen que el paso de los años entraña la renuncia a las emociones y a los sueños aceptan tácitamente envejecer, aceleran incluso el proceso de envejecimiento, físico y psíquico, para acabar cuanto antes con el dolor de la lucha interna que padecen. Es una salida habitual a la crisis denominada “luto por la juventud”, cuando triunfan los miedos de la edad adulta: el miedo a la muerte, a quedarse sin trabajo, al dolor emocional, a la soledad... y sobre todo el miedo al cambio.

En realidad la vida después de los 40 años debería ser una vida rica psíquicamente: las emociones son tan rotundas como a los 20 años, pero se ha acumulado experiencia para hacer frente a la marea emocional, e intuición y templanza para recorrer el camino de forma más deliberada. Conozco el valor del tiempo y sé que soy capaz de sobrevivir al dolor. Reconozco de forma instintiva mis patrones negativos y a veces puedo evitarlos, o incluso desactivarlos. Las inundaciones emocionales son menos frecuentes. Cuando surgen el sentido del humor, una magnífica herramienta de gestión emocional que suele florecer con la madurez adulta, nos permite incluso celebrar que nuestra psique esté viva. La debilidad y el desconcierto emocional son pasajeros cuando tengo los recursos para analizar una situación y para gestionarla adecuadamente. Cuando entiendo las razones de nuestro desasosiego emocional, puedo razonarlo e incluso controlarlo. Con cada esfuerzo por entender y situar en su contexto nuestras emociones y nuestra vida salimos reforzados.

La integridad, ¿cómo podemos ser íntegros? Otro elemento importante en toda vida humana es la integridad, la fusión de la identidad pública y privada. Una identidad adulta sana encajará tanto con nuestra personalidad como con el mundo que nos rodea. Si éste no es el caso, probablemente suframos problemas psíquicos, como depresión o ansiedad. Una persona gregaria y activa se deprimirá en una profesión solitaria. Una mujer solitaria y pacífica no será feliz trabajando en el servicio de urgencias de una ciudad peligrosa. Si nuestra identidad adulta no encaja con el mundo exterior, nos sentiremos alienados del mundo. Antaño las personas luchaban contra la tiranía de la sociedad cerrada. Pero en una sociedad donde ya no se nos imponen tantas estructuras mentales y sociales, las crisis identitarias no suelen ser fruto de los conflictos interpersonales, sino internos. Tenemos un ámbito de elección enorme y muy pocas referencias por las que guiarnos. La rebelión suele darse contra uno mismo. Otra oportunidad que ofrece la madurez emocional es no confundir nuestro ser con nuestras circunstancias, sobre todo cuando éstas se tornan difíciles. Los adultos emocionalmente maduros saben que el mundo es inseguro y cambiante y que nada externo puede darles una seguridad real. Buscan, por tanto, esa serenidad en su interior.

Así, cuando los problemas acechan es posible que hallemos en nosotros mismos un lugar emocionalmente seguro al que acudir -el hogar invisible que todos llevamos dentro, aquel que los niños, en su infancia, necesitan ver proyectado en el hogar de sus padres-. Durante la juventud se lucha de forma casi física para conseguir una forma de vida determinada y reclamar un lugar en el mundo. La madurez supone una lucha basada en los valores conscientemente elegidos. Aunque es la época del reconocimiento de la realidad -es decir, de los límites-, lo es también del desarrollo de la fuerza necesaria para superar los obstáculos, y de la capacidad de apartarse de forma consciente de determinados modos de vida, influencias o personas. Todo ello implica riqueza y fortaleza interior, desde cualquier perspectiva vital o creencia que se tenga. En este camino y en este paisaje cualquier apoyo es bienvenido: la mirada cómplice, la palabra de aliento, el destello de comprensión. Nacer y vivir en este gigantesco y apasionante laboratorio humano implica una soledad implacable, a veces difícil de superar. Sin embargo, no puedo renunciar a encontrar el sentido de mi vida ni a compartirlo con los demás, desde la compasión y el respeto que merecen tantas personas por el esfuerzo inmenso que supone aprender a vivir sin miedo.

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Este artículo está basado en el libro de Elsa Punset: Brújula para navegantes emocionales.


"Vale la pena consignar, en vistas al futuro, que el poder creador que tan agradablemente burbujea al comenzar un nuevo libro disminuye al cabo de cierto tiempo, y sigue produciéndose con más serenidad y constancia. Aparecen dudas. Luego, una se resigna. Lo que más influye en que una siga escribiendo es la decisión de no cejar y la sensación de que se va a conseguir una forma. Estoy un poco angustiada. ¿Cómo voy a plasmar esta concepción? Cuando una se pone a trabajar, inmediatamente se asemeja a una persona que va de paseo, y que ya ha visto el paisaje extendiéndose ante ella, antes. En este libro no quiero escribir nada que no me guste escribir. Pero escribir es siempre difícil". Virginia Woolf


Un amigo me ha escrito y me dice lo siguiente: "Personalmente creo que hay muchos niveles y formas de emociones, intensidades y canalizaciones de el sentimiento. Unidas a la inteligencia y la personalidad. No es tanto represión sino forma de orientación. La emoción sin orientación es sentimentaloide y pueril. Con tu texto me ha venido a la cabeza algo, sabes que me gusta la grafología. Y colecciono letras de personajes históricos. Siempre me llamó la atención la letra de Borges. En especial la relación de espacios en relación con la presión (engrosada de segundo modo). Tener ese tipo de presión implica una impresionabilidad casi patológica de la realidad (nivel muy alto de sentimiento) en un marco de inteligencia y tensión. La escritura de Borges era tensa y tenía un ángulo acusado Es decir... en conclusión tenía un nivel muy alto de sentimiento dentro de un marco de inteligencia. La pregunta que me hago después de leer tu texto es: ¿Borges se reprimia emocionalmente? ¿fue positivo o negativo o inteligente para el?"

En verdad, no se puede separar el sentir del inteligir, es impresión de realidad y de sentir, todo converge aquí. Y hay que orientarla a las emociones, claro, sobre todo las emociones que llamamos negativas, como el miedo, la ira, la tristeza. Lo que pasa es que si las bloqueamos, o las reprimimos en nosotros, lo que hacemos a veces es que estás aparecen revividas cuando menos lo esperamos del subconsciente, y aparecen esas inundaciones emocionales, sobre todo, que teméis tanto los chicos o los hombres porque estáis acostumbrados a ser duros, o porque la educación nos exige una forma de estar. Yo creo que no hay que reprimirlas, pero en cierta forma debemos anularlas dándonos cuenta que muchas veces no se deben a causas traumáticas sino a la confusión que nos hacemos de nosotros con nuestro ego, con nuestra imagen, la que queremos dar a los demás, es aquí muchas veces de donde nacen esas emociones negativas, como el orgullo, la soberbia, la envidia, la ira, brotan de nuestro deseo de querer tener un ego o una imagen social. En cierta manera es esto lo que tenemos también que conjurar. Porque las emociones nos afectan con la madurez del mismo modo, pero tenemos ya un conocimiento de la realidad y efectivamente no podemos anular la vida, tenemos que vivir emocionándonos y hallando en nuestros afectos, nuestra personalidad algo que nos permita darnos a los demás también. De lo contrario pueden surgir las crisis de angustia, de la que Virginia Woolf habla en ese texto que escojo, o podemos sentir que todo es dolor, y que el dolor mismo nos paraliza y nos impide vivir, cuando este podría ser un medio también de transformación valioso. Sin duda, Borges es un ejemplo notable de una inteligencia notable y muy dotada, el ser humano a pesar de ser racional, precisamente se distingue de las demás especies por ser el más emocional de todos. Quién conoce sus emociones yo pienso que sabe sacarlas, sabe aflorarlas y navega con ellas y son instrumentos imprescindibles para también usar la inteligencia, tenerlas como herramientas de trabajo, fíjate lo que digo sobre el sentido del humor, son recursos o medios para gestionar el propio conocimiento de uno y para no quedarse adormilado, sino darle un cauce suficiente y un buen fin a las emociones también.

Las emociones positivas son aquellas que para sentirlas hay que recrearse en ellas de manera deliberada. Así como las emociones y las experiencias negativas se graban a sangre y fuego en nuestro inconsciente. No solemos prestar demasiada atención al procesamiento de las emociones positivas porque señalan simplemente que para nosotros "todo va bien". Pero disfrutar de manera consciente de las emociones positivas requiere tomar tiempo y poner la atención necesaria para vivirlas. La felicidad requiere un esfuerzo consciente y continuado, pues parece que como ser desdichado es un reflejo evolutivo innato -la tendencia natural de las personas es a ser infeliz-. La parte positiva de esta paradoja es que podemos aprender conscientemente a ser más felices. Aquí os dejo otra enseñanza de esta autora, filósofa y estudiosa de la inteligencia emocional, Elsa Punset, que ha investigado a través de los modernos estudios de la neurociencia y de todo lo que se está investigando en algunas universidades punteras norteamericanas. Esas limitaciones que existen en verdad están ahí, pero podemos encauzarlas mejor ahora. Pues los límites lo que nos hace también ver es el desarrollo de la fuerza necesaria para superar los obstáculos, y de la capacidad de apartarse de forma consciente de determinados modos de vida que no nos convienen o nos parecen inútiles o inapropiados.

Al final, es un poco agradarse a sí mismo. Pero seguro que no sólo en lo negativo, porque las emociones negativas tenemos que verlas como circunstancias exteriores a nuestro propio yo, en verdad no tienen casi nunca relación con una circunstancia como dice el psiconalásis de la infancia o traumática, aunque puede que sí, -el psicoanálisis a veces trata de sacar de quicio, de llevar todas estas emociones hasta un límite, de exacerbar y recrear los pensamientos y tampoco es eso del todo-. La escuela del psicoanálisis tuvo su momento, pero ahora se está viendo que hay otros modos, tal vez se dice que exacerba los sentimientos por luchar también contra un gremio hostil, pero se debería también luchar contra eso que está en nuestro yo mismo, no en otro, porque es la confusión de nosotros con ese ego o ese círculo social o de amigos lo que más nos afecta.


La forma tradicional por la que abogaría el psicoanálisis consistiría en dirigir de nuevo esta energía -trátese de una libido inhibida o por el contrario muy activa- hacia su cauce correcto o habitual. El psicoanálisis hurgaría en las raíces familiares de este sujeto: tal vez un conflicto en la infancia. La sensación de estar privado de algo -de la aprobación o del amor materno, en este caso- se perpetuaría así en la edad adulta: el individuo seguirá castigándose a sí mismo y a su entorno por un conflicto infantil no resuelto. En teoría, si consigue desterrar el conflicto inconsciente -deshacer el condicionamiento infantil- este individuo podría interrumpir el mecanismo que le impide vivir de forma adecuada. La Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, dice que existe un camino distinto, por el que abogan determinadas filosofías como el budismo, que consiste en no reprimir los deseos, pero tampoco en darles expresión ilimitada sino en intentar liberarse de estos deseos y emociones negativas. Con este sistema clásico, no podemos librarnos de nuestros fantasmas emocionales sino que nos anclamos en ellos, porque nuestro esfuerzo se centra en encontrar la forma de expresarlos de la forma más segura posible, o en todo caso en eliminar o desactivar facetas o expresiones concretas -anecdóticas- de estas emociones negativas. Las técnicas de meditación que recomienda el budismo se centran en el convencimiento de que las emociones negativas -el odio, el deseo, la envidia, el orgullo, la insastifacción...- no tienen el poder innato que pensamos que tienen. Son sólo, según esta filosofía, espejismos que asaltan nuestra mente, crecen de forma desproporcionada y nos encierra en un teatro mental peligroso.

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